martes, 13 de octubre de 2020

Boris Pasternak - Poemas de Yuri Zhivago (parte 2)

LA EXPLICACIÓN

Volvió la vida sin motivo aparente,

del mismo modo, como se cortó antaño.

En la misma calle yo me encuentro,

en los mismos día y hora de verano.


Son la misma gente, con igual desvelo

y el incendio del ocaso no se ha enfriado,

así, como entonces, a los muros del Picadero

la noche de la muerte le ha clavado.


Las mujeres con vestidos cotidianos,

gastan de noche suelas de sus zapatos

y vuelven, en el hierro de los tejados

sus buhardillas a crucificarlas. 


He aquí, con paso muy cansado,

sale una, lentamente, al umbral

y subiendo de su sótano helado,

el patio pretende atravesar.


Preparo las disculpas, de nuevo,

y todo otra vez me es indiferente,

y la vecina, rodeando el patio trasero

nos deja a solas, frente a frente.

                                   ***                             

No llores, no frunces los labios hinchados,

no los pliegues en arrugas lastimeras.

Reabrirás las escaras pegadas

que produjo la fiebre de primavera.


Aleja de mi pecho la palma de tu mano,

somos como cables bajo la corriente.

Puede sacudirnos, en cualquier momento,

empujándonos el uno hacia el otro, sin darnos cuenta.


Pasarán los años, contraerás el matrimonio,

te olvidarás de todos los estorbos.

Ser mujer, es una gran decisión,

volvernos locos, es un acto heroico.


Ante el milagro de los brazos de mujer,

de su espalda y los hombros, de su cuello,

me inclino con devoción de un sirviente,

toda la vida los adoro, los reverencio.


Pero, aunque la noche quiere sujetarme,

y me oprime con su aro de amargura,

más fuerte es la tentación de separarse,

y la pasión atrae  las rupturas.

  

EL VERANO EN LA CIUDAD

Charlas silenciosas, inexpresivas,

y con el apuro vehemente,

el pelo recogido hacia arriba,

desde la nuca, toda la cabellera.


Por debajo del peine pesado

nos mira la mujer con el yelmo,

con la cabeza hacia atrás volcada,

junto con todas sus trenzas.


Y en la calle, muy calurosa

la noche presagia la borrasca,

y sus pies apenas arrastran

los peatones, volviendo a sus casas.


Se escucha el trueno cansino

y su eco rebotando violento.

Y se mece una cortina

en la ventana por el viento.


Sobreviene ya el silencio,

pero sigue el calor sofocante;

en el cielo rayos insistentes

buscan deslizándose como antes.


Y cuando, al apagarse el lucero,

la mañana calurosa, a su turno,

seca los charcos callejeros

después del chubasco nocturno,


miran enfadadas, erráticas

por el sueño insuficiente,

seculares, aromáticas

las tilas aún florecientes.                          

 

EL  VIENTO

He muerto, pero tu vives todavía,

y el viento que llora quejumbroso

balancea la casa y el bosque,

pero no cada pino, por separado,

sino todos los árboles juntos,

con toda su ilimitada lejanía,

como si fuesen cascos de veleros

en la mansa quietud de la bahía.

Y esto no lo hago por picardía,

tampoco por una furia sin sentido,

sino para encontrar dolido las palabras

para tí, para una canción de cuna.


EL  LÚPULO

Bajo el sauce enroscado por la hiedra

del mal tiempo buscamos el amparo.

Nuestros hombros los tapa el impermeable,

mis brazos te rodean con cuidado.


Me equivoco. A los arbustos de la espesura

los enrosca el lúpulo, no la hiedra.

Entonces, es mejor por debajo, se me ocurre,

extender el impermeable en la tierra.


EL  VERANILLO

Es gruesa y tosca la hoja de la grosella.

En la casa hay risas y los vidrios tiemblan.

Es que fermentan, desmenuzan, sazonan en ella

y ponen el clavo de olor en el escabeche.


El bosque traslada, como un burlador,

este ruido a una escarpada ladera,

donde el ardiente avellanal a pleno sol 

luce quemado como por una hoguera.


Aquí el camino baja al despeñadero.

Aquí me dan pena  los troncos nudosos,

y el otoño andrajoso, que con gesto severo

hasta el fondo del barranco arrastra con todo.


Y aquello, de que el universo es más sencillo,

de lo que se imagina cierta gente astuta,

y de que el bosque parece hundido

y de que a todo le llegará su fin.


No vale la pena mirar con ojos pasmados

cuando ante tu vista está todo quemado

y se estira el blanco hollín otoñal

como el hilo de telaraña, desde la ventana.


Atravesando la brecha en el cerco del jardín

entre los abedules se pierde el sendero.

Adentro siguen risas y el alboroto casero,

y el mismo alboroto y risas hay en la lejanía.


(Traducción de Irina Bogdaschevski).

(Textos adjudicados al personaje que da nombre a la novela de 1957).

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