Volvió la vida sin motivo aparente,
del mismo modo, como se cortó antaño.
En la misma calle yo me encuentro,
en los mismos día y hora de verano.
Son la misma gente, con igual desvelo
y el incendio del ocaso no se ha enfriado,
así, como entonces, a los muros del Picadero
la noche de la muerte le ha clavado.
Las mujeres con vestidos cotidianos,
gastan de noche suelas de sus zapatos
y vuelven, en el hierro de los tejados
sus buhardillas a crucificarlas.
He aquí, con paso muy cansado,
sale una, lentamente, al umbral
y subiendo de su sótano helado,
el patio pretende atravesar.
Preparo las disculpas, de nuevo,
y todo otra vez me es indiferente,
y la vecina, rodeando el patio trasero
nos deja a solas, frente a frente.
***
No llores, no frunces los labios hinchados,
no los pliegues en arrugas lastimeras.
Reabrirás las escaras pegadas
que produjo la fiebre de primavera.
Aleja de mi pecho la palma de tu mano,
somos como cables bajo la corriente.
Puede sacudirnos, en cualquier momento,
empujándonos el uno hacia el otro, sin darnos
cuenta.
Pasarán los años, contraerás el matrimonio,
te olvidarás de todos los estorbos.
Ser mujer, es una gran decisión,
volvernos locos, es un acto heroico.
Ante el milagro de los brazos de mujer,
de su espalda y los hombros, de su cuello,
me inclino con devoción de un sirviente,
toda la vida los adoro, los reverencio.
Pero, aunque la noche quiere sujetarme,
y me oprime con su aro de amargura,
más fuerte es la tentación de separarse,
y la pasión atrae
las rupturas.
EL VERANO EN
Charlas silenciosas, inexpresivas,
y con el apuro vehemente,
el pelo recogido hacia arriba,
desde la nuca, toda la cabellera.
Por debajo del peine pesado
nos mira la mujer con el yelmo,
con la cabeza hacia atrás volcada,
junto con todas sus trenzas.
Y en la calle, muy calurosa
la noche presagia la borrasca,
y sus pies apenas arrastran
los peatones, volviendo a sus casas.
Se escucha el trueno cansino
y su eco rebotando violento.
Y se mece una
cortina
en la ventana por el viento.
Sobreviene ya el silencio,
pero sigue el calor sofocante;
en el cielo rayos insistentes
buscan deslizándose como antes.
Y cuando, al apagarse el lucero,
la mañana calurosa, a su turno,
seca los charcos callejeros
después del chubasco nocturno,
miran enfadadas, erráticas
por el sueño insuficiente,
seculares, aromáticas
las tilas aún florecientes.
EL VIENTO
He muerto, pero tu vives todavía,
y el viento que llora quejumbroso
balancea la casa y el bosque,
pero no cada pino, por separado,
sino todos los árboles juntos,
con toda su ilimitada lejanía,
como si fuesen cascos de veleros
en la mansa quietud de la bahía.
Y esto no lo hago por picardía,
tampoco por una furia sin sentido,
sino para encontrar dolido las palabras
para tí, para una canción de cuna.
EL LÚPULO
Bajo el sauce enroscado por la hiedra
del mal tiempo buscamos el amparo.
Nuestros hombros los tapa el impermeable,
mis brazos te rodean con cuidado.
Me equivoco. A los arbustos de la espesura
los enrosca el lúpulo, no la hiedra.
Entonces, es mejor por debajo, se me ocurre,
extender el impermeable en la tierra.
EL VERANILLO
Es gruesa y tosca la hoja de la grosella.
En la casa hay risas y los vidrios tiemblan.
Es que fermentan, desmenuzan, sazonan en ella
y ponen el clavo de olor en el escabeche.
El bosque traslada, como un burlador,
este ruido a una escarpada ladera,
donde el ardiente avellanal a pleno sol
luce quemado como por una hoguera.
Aquí el camino baja al despeñadero.
Aquí me dan pena
los troncos nudosos,
y el otoño andrajoso, que con gesto severo
hasta el fondo del barranco arrastra con todo.
Y aquello, de que el universo es más sencillo,
de lo que se imagina cierta gente astuta,
y de que el bosque parece hundido
y de que a todo le llegará su fin.
No vale la pena mirar con ojos pasmados
cuando ante tu vista está todo quemado
y se estira el blanco hollín otoñal
como el hilo de telaraña, desde la ventana.
Atravesando la brecha en el cerco del jardín
entre los abedules se pierde el sendero.
Adentro siguen risas y el alboroto casero,
y el mismo alboroto y risas hay en la lejanía.
(Traducción de Irina Bogdaschevski).
(Textos adjudicados al personaje que da nombre a la novela de 1957).
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