HAMLET
El ruido se calmó. Salí a la escena.
Apoyándome en el umbral de la salida,
intento capturar del eco lejano
todo lo que ocurrirá en mi vida.
En mí apuntan las tinieblas nocturnas
con sus miles de binoculares axiales.
Si sólo fuese posible, oh, Dios Padre,
que no tenga que beber de este grial.
Amo Tu proyecto obstinado,
y me conformo de interpretar este papel,
pero ahora se representa el otro drama,
y por esta vez concédeme la licencia.
El orden de los actos está muy meditado
y el final del camino es inevitable.
Estoy solo, en la hipocresía está todo ahogado.
Vivir la vida, - no es como atravesar el campo.
MARZO
El sol calienta hasta el séptimo sudor,
y echa chispas el barranco enloquecido.
Así, como de la robusta aldeana el labor,
la obra en las manos de primavera se agita.
Se agota la nieve y la anemia la consume
como débiles ramificaciones de venas azules,
pero del establo vaquero se levanta el humo,
y los dientes de la horquilla respiran salud.
¡Estas noches!¡Estos días y noches!
En el mediodía el deshielo golpetea
con frágiles carámbanos del techo,
se oye de los insomnes arroyos el parloteo.
Todo abierto, caballeriza y establo,
picotean las palomas la avena en la nieve
y de todos el reanimador y el culpable,
al aire fresco el estiércol huele.
Nos rodea aún la tiniebla nocturna.
Es tan temprano todavía en el mundo,
que las estrellas en el cielo son incontables,
y cada una es, como el día, tan brillante,
y si la tierra pudiera, pasaría durmiendo
toda
con la lectura de salmos acompañada.
Nos rodea aún la tiniebla nocturna:
todavía en la tierra es tan temprano,
que se extiende como la eternidad
la plaza desde el cruce hasta la esquina,
y para llegar al alba y al calor,
nos hace falta todo un milenio todavía.
La tierra aún está desnuda del todo,
y no tiene qué ponerse de noche
para tocar a vuelo las campanas,
y acompañar los cánticos del coro.
Y desde el mismo Jueves Santo
hasta el Sábado de Gloria
el agua del río perfora las orillas
y se retuerce en remolinos.
El bosque está desnudo, con cabeza descubierta
y en la misa de las Pasiones de Cristo,
parados, en un tropel como orantes,
están en fila los troncos de pinos.
Mientras en la ciudad, en la pequeña
extensión del espacio, como en un mitin,
observan las rejas a los árboles desnudos
desde afuera de los predios del templo.
Y su mirada esta llena de espanto,
esa angustia suya es comprensible.
Los jardines salen de sus muros,
se conmueve el orden y la tierra vibra:
a Dios le están dando la sepultura.
Se ve la luz en las puertas del altar
y el pañuelo negro, y en fila - los cirios,
los rostros, cubiertos de lágrimas
y de pronto, la procesión de
sale con el Santo Sudario,
y dos abedules de la entrada
para dejarla pasar,
deben echarse a un lado.
La procesión rodea todo el patio,
va por el borde de la acera
y desde la
calle trae al atrio
la charla primaveral, la primavera,
el aire con gusto a pan consagrado
y el flamante aire embriagado.
Marzo desparrama nieve en el atrio
entre el tropel de los inválidos,
como si saliera una persona
y trajera, y abriera un arcón
y regalara todo completamente.
Y el canto dura hasta el amanecer,
después de haber llorado en abundancia
llega desde adentro, en mayor silencio,
hacia los espacios debajo de las linternas,
el libro de los Salmos y los Apóstoles.
Pero callarán a medianoche las bestias, la gente,
de la primavera se escuchará el rumor;
y cuando apenas llegue a despejarse,
podrá ser vencida la muerte
con el esfuerzo de la resurrección.
Me imagino aquellos tiempos pasados.
La casa en el Paraje de Petersburgo.
Eres hija de una propietaria modesta,
estas en la facultad, naciste en Kursk.
Eres linda, tendrás admiradores.
Esta noche blanca nosotros juntos,
sentados en el pretil de la ventana,
desde tu rascacielos hemos oteado.
Los faroles como mariposas de gasa
están tocados por el temblor matinal.
Lo que yo te cuento tan despacio,
a las dormidas lejanías se parece tanto.
Nos envuelve a ambos la misma
asustada lealtad
con el secreto.
En un amplio panorama esparcido
se extiende el Petersburgo tras el Neva.
A lo lejos, en los bosques espesos,
en esta noche blanca de primavera,
los ruiseñores con su fragor de alabanzas
resuenan en los espacios de arboledas.
Ruedan los chasquidos embelesados
y la voz del pequeño pájaro enclenque:
¡qué alboroto y entusiasmo despierta
en el fondo de la espesura hechizada!
Allí lejos, como la peregrina descalza,
pasa la noche a lo largo de la empalizada,
y detrás de ella desde el pretil se estira
la huella de
la conversación inesperada.
En el eco de la charla escuchada,
con cercos de tablas, los jardines
en sus ramas de manzanos y de cerezos
se visten de colores blanquecinos.
Y los árboles, como blancos espectros,
en tropel se esparcen por el camino,
como haciendo señales de despedida
a la noche blanca, que tanto había visto.
LODAZAL DE PRIMAVERA
Las luces del ocaso se apagaban.
Por los malos caminos embarrados
desde el bosque un jinete se arrastraba
hacia la granja alejada de los Urales.
El caballo sacudía su bazo, al trote
y le hacía el eco correspondiente
al chapoteo de sus herraduras,
el agua en los vórtices de la vertiente.
Pero cuando aflojaba las riendas
e iba a paso corto el jinete,
se oía todo el fragor y el estruendo
del rodar de la crecida rugiente.
Parecía que alguien lloraba, o reía.
Se deshacían rocas contra el pedernal
y caían dentro de los torbellinos
los troncos arrancados de raiz.
Y dirigiéndose al incendio del ocaso,
entre los lejanos trazos de la ramada,
como la resonante campana de rebato
silbaba el ruiseñor arrebatado.
Allí, donde el álamo al barranco
inclinaba su pañuelo de viuda noble,
como el antiguo Bandolero – Ruiseñor,
cantaba él, ubicado en los Siete Robles.
¿A cual desgracia, a qué amorío
estaba dedicada esta pasión ardiente?
¿En quién apuntaba el canto en la espesura
como si tirasen perdigones de la escopeta?
Parecía, que saldrá el espíritu del bosque,
del escondite de los presidiarios fugados
al encuentro de los jinetes o peatones,
pertenecientes al puesto de guerrilleros.
En la tierra y el cielo, en el bosque y el prado
de sonidos tan poco comunes era la captura,
de estas pequeñas partes mesuradas
del dolor y de la dicha, de la pena y de la locura.
(Traducción de Irina Bogdaschevski).
(Textos adjudicados al personaje que da nombre a la novela de 1957).
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