sábado, 17 de abril de 2021

César Vallejo - seis poemas de "Los heraldos negros" (1918)

Ágape

 

Hoy no ha venido nadie a preguntar;

ni me han pedido en esta tarde nada.

 

No he visto ni una flor de cementerio

en tan alegre procesión de luces.

Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

 

En esta tarde todos, todos pasan

sin preguntarme ni pedirme nada.

 

Y no sé qué se olvidan y se queda

mal en mis manos, como cosa ajena.

 

He salido a la puerta,

y me da ganas de gritar a todos:

Si echan de menos algo, aquí se queda!

 

Porque en todas las tardes de esta vida,

yo no sé con qué puertas dan a un rostro,

y algo ajeno se toma el alma mía.

 

Hoy no ha venido nadie;

y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

 

ROSA BLANCA

 

Me siento bien. Ahora

brilla un estoico hielo

en mí.

Me da risa esta soga

rubí

que rechina en mi cuerpo.

Soga sin fin,

como una

voluta

descendente

de

mal...

Soga sanguínea y zurda

formada de

mil dagas en puntal.

Que vaya así, trenzando

sus rollos de crespón;

y que ate el gato trémulo

del Miedo al nido helado,

al último fogón.

Yo ahora estoy sereno,

con luz.

Y maya en mi Pacífico

un náufrago ataúd.

 

El pan nuestro

 

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra

de cementerio huele a sangre amada.

Ciudad de invierno... La mordaz cruzada

de una carreta que arrastrar parece

una emoción de ayuno encadenada!

 

Se quisiera tocar todas las puertas,

y preguntar por no sé quién; y luego

ver a los pobres, y, llorando quedos,

dar pedacitos de pan fresco a todos.

Y saquear a los ricos sus viñedos

con las dos manos santas

que a un golpe de luz

volaron desclavadas de la Cruz!

 

Pestaña matinal, no os levantéis!

¡El pan nuestro de cada día dánoslo,

Señor...!

 

Todos mis huesos son ajenos;

yo talvez los robé!

Yo vine a darme lo que acaso estuvo

asignado para otro;

y pienso que, si no hubiera nacido,

otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

 

Y en esta hora fría, en que la tierra

trasciende a polvo humano y es tan triste,

quisiera yo tocar todas las puertas,

y suplicar a no sé quién, perdón,

y hacerle pedacitos de pan fresco

aquí, en el horno de mi corazón...!

 

Retablo

 

Yo digo para mí: por fin escapo al ruido;

nadie me ve que voy a la nave sagrada.

Altas sombras acuden,

y Darío que pasa con su lira enlutada.

 

Con paso innumerable sale la dulce Musa,

y a ella van mis ojos, cual polluelos al grano.

La acosan tules de éter y azabaches dormidos,

en tanto sueña el mirlo de la vida en su mano.

 

Dios mío, eres piadoso, porque diste esta nave,

donde hacen estos brujos azules sus oficios.

Darío de las Américas celestes! Tal ellos se parecen

a ti! Y de tus trenzas frabrican sus cilicios.

 

Como ánimas que buscan entierros de oro absurdo,

aquellos arciprestes vagos del corazón,

se internan, y aparecen... y, hablándonos de lejos,

nos lloran el suicidio monótono de Dios!

 

Unidad

 

En esta noche mi reloj jadea

junto a la sien oscurecida, como

manzana de revólver que voltea

bajo el gatillo sin hallar el plomo.

 

La luna blanca, inmóvil, lagrimea,

y es un ojo que apunta… Y siento cómo

se acuña el gran Misterio en una idea

hostil y ovoidea, en un bermejo plomo.

 

¡Ah, mano que limita, que amenaza

tras de todas las puertas, y que abierta

en todos los relojes, cede y pasa!

 

Sobre la araña gris de tu armazón,

otra gran Mano hecha de luz sustenta

un plomo en forma azul de corazón.


LOS ARRIEROS


Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.

La hacienda Menocucho

cobra mil sinsabores diarios por la vida.

Las doce. Vamos a la cintura del día.

El sol que duele mucho.

 

Arriero, con tu poncho colorado te alejas,

saboreando el romance peruano de tu coca.

Y yo desde una hamaca,

desde un siglo de duda,

cavilo tu horizonte y atisbo, lamentado,

por zancudos y por el estribillo gentil

y enfermo de una "paca-paca".

Al fin tú llegarás donde debes llegar,

arriero, que, detrás de tu burro santurrón,

te vas...,

te vas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario