Taconean
a sesenta mil tacos de altura,
sonríen
sin asiento a través de los pasillos,
regresan
sobre sus pasos
mientras
el fuselaje corta el aire en dos,
siempre
hacia
adelante.
Conocen
de memoria,
mejor
que cualquier viajero frecuente
las
demoras para tocar tierra en Santiago
y el
sabor del café de Chicago.
Entrenadas
para morir sin miedo
en un
aterrizaje en el mar
o una
colisión aérea,
son
valkirias en alta costura.
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