sábado, 13 de junio de 2020

Canto ajeno XIV

Ese verano, como un imbécil, me harté,

y senté a la belleza en mis rodillas:
es mejor que lo sepas por mí – le dije:
cada día,
cada noche contradigo el abrazo muscular de la placenta
(lo repito en cada vientre, en cada océano);
no sabrás nunca de los días ofrecidos a la tierra yerma
de las noches ofrecidas a la niebla
ni si hay días o noches o niebla o tierra yerma.
La herencia de mis ancianos, y de los ancianos antes de ellos,
es la receta de un engaño,
presenté mis respetos a un saber inservible,
Maquiné un plan perfecto hacia una muerte por agua
(la senda también se repetía).
La vela deslazada cae a cubierta sin vendaval,
el aire también se repite,
cada muelle desvencija un poco más la quilla.
Pero como ahora sé que la poesía es una broma,
sólo pienso encender una bengala en el fondo del Río de la Plata.
Frente al muro, desfiló el siglo completo:
no importa si éste o el anterior, no existe ni el tiempo ni sus inútiles apodos.
Y no proyectó sombra:
nada,
ni la guerra las cenas para microondas
la televisión García Márquez la canción del verano
Fra Angelico el primer Banco de Inglaterra el fútbol el porno
la tinta de mi impresora los Césares el humo que cubre el cielo
las tres carabelas Lou Reed cantándole a la heroína la cocaína
el Vaticano trescientos veinte gigabytes Guevara en mi remera de Dior
el éxodo del pueblo oriental el mayo francés y todos los mayos idénticos que le siguieron, no sirvieron de nada:
el reloj volvió sobre sí mismo y restauró el principio,
fue como no saber qué hice todo el día y que siempre
siempre
den las nueve.

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