la hora oportuna en que el sol arde lo suficiente.
Mientras me acercaba, calzado en mano
apisoné una arena que no era la de mi memoria:
oscura, borrosa, rajada en dos colores;
el agua también se aferraba a esa nube negra,
cada ola relamía un poco la penitencia costera
sin fin, siempre sumando.
Apoyé el equipaje en lo que restaba de arena,
me declaré único testigo de esta cópula
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