EL OTRO DIA, el otro día fue hace un año o dos, me acerqué
al micrófono y dije:
—Tengo algo que decir sobre las personas de la tercera edad,
sobre el adulto mayor.
El muchachito de la radio, seguro de que iba a decir las
pavadas que dicen los viejos, se había ido a buscar una lata de cerveza o a
charlar por ahí con alguna putita.
—Los viejos —dije—, esos cerebros de mosquito con orejas de
elefante fueron o son ministros, jueces, presidentes, veterinarios, abogados,
cirujanos, filósofos, profesores, grandes y pequeños comerciantes, literatos,
estancieros, industriales, cancilleres, obispos, embajadores, etcétera. Esos
viejos de mierda —dije—, que fueron adultos de mierda, jóvenes de mierda y
niños de mierda, se dedican a llenar las salas de espera de los hospitales y
los sanatorios para matar el tiempo perorando sobre sus enfermedades —dije—,
cuando no están amargándoles la vida a sus hijos y nietos y bisnietos con sus
mezquindades e idioteces o escuchando —dije— a todo volumen esos varios miles
de programas radiales y televisivos centrados en el cáncer de próstata y de
colon, para no hablar de la así llamada "calidad de vida" del adulto
mayor, de la fruta y la verdura —dije—, pero si este es un país de viejos
—dije—, de viejos y viejas, de urracas viejas y de cuervos viejos, es porque
los bebés ya sueñan con ser empleados públicos jubilados, después de ser
empleados públicos corruptos, NUNCA FUERON NIÑOS; viejas, siempre y viejos,
siempre; viejos cuervos y viejas urracas y cacatúas. Viejos chimpancés, viejas
comadrejas, viejas hienas y viejos esqueletos de momia jorobada de camello
—dije—, animales invertebrados como esos soretes de perro que reptan hacia la
mitad de la vereda para ensuciarnos los pies, las chancletas o el único par de
zapatos rotos que tienen los enfermos mentales como yo".
"Este es un país de viejos malvados —dije—, aunque
tengan cinco o diez o 15 años de edad —dije—, son alimañas viejas —dije—,
alimañas rastreras y alimañas trepadoras. Se odian entre sí —dije—, odian a sus
padres y a sus hijos y, sobre todo, me odian a mí porque soy joven, hermoso y
extranjero y porque no soy un viejo ladrón como ellos, todos viejos ladrones
desde que nacieron —dije—. Por lo tanto, la Organización de las Naciones Unidas
tiene que salvar a la Humanidad de este virus exclusivamente uruguayo, pero
transmisible, y me río del sida o el ébola, la ONU tiene —dije—, tiene que
planear y ejecutar el total exterminio de todos los pobladores de este país
infectado hasta la médula de la masmédula, Uruguay —dije—, Uruguay, ese virus
con tres millones de portadores, etc, etc".
Ahí el muchachito, y un par de viejos de unos 30 y 50 años,
respectivamente, me arrancaron de la silla y del micrófono, y me llevaron casi
en andas hasta la puerta de la radio comunitaria. Seguramente, algún viejo de
mierda había llamado a la radio comunitaria y habría gritado que un degenerado
estaba diciendo inmundicias en el micrófono de la radio comunitaria, la radio
comunitaria antedicha. Agrego que, mientras desarrollaba mi discurso, me había
fumado un par de cigarrillos; delito penado severa y sumariamente por la
Constitución. Los había apagado a escupidas y puesto con el mayor orden, uno
junto al otro, en el lugar de la mesa en que debió haber un cenicero.
Fumo, claro que sí. Fumo tres cajas de cigarrillos al día y
como fritos con mucha sal, y me bajo un litro de vino todas las noches. Ya sé,
idiotas, que estoy perdiendo el hilo... Es la edad. No soy el escritor que fui
(hace 40 años y pico). Tengo el cerebro apolillado. Además, estoy loco. Siempre
estuve loco. Nací loco para decirlo todo de una vez. Tengo la
"personalidad escindida" desde que me besaron los ángeles.
Todas las noches, antes de mi litro de vino tinto, salgo a
caminar y a fumar, es decir, a asesinar a los fumadores pasivos. Elijo con
mucho cuidado a mis víctimas, como es hábito entre los asesinos seriales.