sábado, 23 de julio de 2016

Luz del cielo

       La luz roja que parpadeaba en el centro de la consola solo podía significar una cosa: fuego. En ese momento la nave comercial GC 309 estaba a cargo del cadete Jor. Joven e inexperiente, se inmutó muy poco y con calma revisó el manual para identificar con claridad el desperfecto que, según él, no debía ser más grave que una variación en la temperatura de la carga o un exceso de velocidad debido a la inercia de algún planeta cercano.
Fue más serio de lo que se imaginaba: la luz titilante informaba que el motor número tres de los seis que tenía la nave se estaba incendiando. Aterrado, Jor sólo atinó a llamar al capitán Anika que descansaba en su camarote.
El capitán despertó de un sueño intranquilo al sonar el intercomunicador. Inició el diálogo con un insulto fuerte; había dado órdenes expresas de no ser molestado.
-¡Capitán! –gritó el joven cadete-. El motor número tres se está incendiando y el fuego se puede extender hasta el número cuatro. ¡Venga rápido, por favor!
Enseguida estuvo junto a Jor, y segundos después, el puente de control bullía de órdenes, contraórdenes; consejos y especulaciones. El diagnóstico no se hizo esperar; la falla se debía a una fisura en el filtro de combustible, que había generado una explosión. Ahora el motor número tres estaba inutilizado y el número cuatro se encontraba a punto de estallar.
El pánico fue general: todos sabían que los seis motores compartían las tuberías de combustible, y que si el fuego se seguía expandiendo la nave quedaría inutilizada. Además del miedo a una muerte terrible, también la idea de la salvación atemorizaba, pues se encontraban en un sistema prácticamente desconocido y sin muchas esperanzas de regresar.
Los ingenieros de a bordo planearon un procedimiento desesperado: provocar una explosión que desprendería los motores descompuestos para que los otros no se vieran perjudicados. Rápidamente todos trabajaban con sus tareas bien definidas: los obreros colocando cargas explosivas en los motores y los técnicos haciendo los arreglos informáticos necesarios. Todo estuvo listo en menos del tiempo planeado.
Una explosión estremeció la nave. Los tripulantes observan. Algo salió mal, colocaron demasiadas cargas. Al vacío espacial caen los motores número tres, cuatro y cinco. Con ellos, la carga entera de minerales que transportaba la nave.
La tripulación sabía que esto podía valerles un juicio al llegar, pues la pérdida de la carga podía hacer pensar en un intento de fraude al seguro. El capitán Anika debió convencer a sus hombres y calmarlos prometiendo hacerse cargo de las explicaciones al llegar y diciendo que sin la carga, la nave más ligera tardaría menos tiempo en llegar a destino porque la potencia de los motores restantes era más que suficiente. Quería tranquilizarlos y también reducir la posibilidad de un motín. Habló de la importancia del trabajo en equipo y del valor de la vida por sobre lo material. Una nube de aplausos epilogó sus palabras.
Mientras tanto, la carga y los motores defectuosos de la nave se friccionaban e incendiaban entrando en la atmósfera de un pequeño planeta azul que pronto dejaron atrás.

Desde la tierra, en un pesebre, un hombre mira el cielo. Su hijo acaba de nacer. Crédulo, se dirige a su esposa.
-María, nos han enviado una señal.



Junio de 2000.


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