domingo, 24 de julio de 2016

Canto ajeno III

En marzo bajó a la tierra un cristo lobo
el pelo de la nuca erizado,
tormento eléctrico, la noche de cualquier parte del mundo
silencio sin eco, sueño de muerte, último lecho,
el invierno depravado hundió las vigas del techo,
los senderos, la piedra, el barro.
El apretón de manos del señor Alcabú
cuando cerramos el negocio por las tierras,
la madrugada de la botella de whisky
la vela que disparó el incendio, mi hermano muerto
calles de un pueblo del interior, un patio con aljibe,
Francesca golpeando la puerta, forzando el picaporte
el portero del edificio le preguntó si yo estaba bien
no la vi tomarse ese taxi, tampoco las fotos de su boda.
No tengo fantasmas, tengo muertos recientes.
Volver a nacer en la capital, tuve hambre una o dos noches al principio,
con el abismo en la memoria mordí sin parpadear,
el miedo quedó sin esquinas, ni peso ni volumen:
ahora suena lejano, como esas noticias de manuscritos hallados en botellas
caminé dos años, el zarpazo del tiempo no me alcanzó,
la virgen cornada prestó un rezo a la tormenta.


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