Tarde,
hasta el espejo retrovisor miente
y se asume lo inevitable.
Cuando abruma la farsa
a la certeza la desbarata el aliento.
Ya no bastaron un par de alas escarchadas
ni cuatro pitadas de olvido artificial.
Mis inmunes pupilas insómnicas develaron
el olor del cemento mojado,
de la madrugada inevitable.
La nunca visible presencia
de su sombra resplandeciente
(reconocible por su renombrado olor a perla)
reclama eternizar tiernas imprecisiones
y una ilusión dinamital
solo para poder dormir de noche.
Aún habiendo conocido el amor por ecos,
y sus secretos en espirales hipnóticos,
el alma murmura desconsolada
pero inmóvil ante el silencio del mundo.






