Otras cuerdas,
la misma melodía;
otros síncopes,
la misma grasa tapando las arterias;
otra sífilis,
los mismos miembros supurando la hiel del sexo;
el mismo canto,
otros alaridos
otras gargantas,
el mismo tajo que las degüella.
Tuve una losa de hormigón lacrando mi cabeza
durante más de cien años
y aún así percibí
que algo estaba cambiando.
***
Morir es nacer:
me nombra el desconocido que desconfía de la matriz,
reincido en mis raíces de suelo fecundo en invierno,
indescifrables como el sedimento que las completa.
Retumbo, no contengo mis hojas.
Al contrario,
celebro su empuje
cuando resplandecen con la entereza de la noche y también
cuando caen al piso
derrocadas por su propio peso marchito
y pasan a habitar el estrato más profundo del terreno,
el de algunos difuntos
y los ríos subterráneos.
Es territorio vivo la profundidad, tiene hambre,
la tiniebla remojada
no tiene más fortuna que germinar.
***
Mi pena no fue sabia
ni paciente;
llegó de golpe
cruda y sin culpa
a la quieta noche mineral.
Con creciente violencia,
expulsaba las ratas de mi cama,
gozaba con el crujido de los pequeños huesos
al ser estrujados por mi bota:
fascinado por la simpleza del proceso
en el que esos cuerpos dejaban de moverse
por impulso propio.
Así no era mi pereza,
un impulso de sosiego subterráneo.
Cierto día
mi suela sangrante
esmeró tanta rabia contra el esqueleto rastrero
que desplegó el taconazo
fuera de las tablas.
***
De los terrones secos
no nacerá el pan,
pero mi grito forjará el acero
y las primeras grietas de la salida.
La vista iluminada
germinó en un camino desahogado
pero no perpetuo.
Harto de la fantasía inútil
y la tierra somnífera
y la torpe acción del sol sobre las piedras,
entrego mis pies al precipicio
y la fuerza de mi espalda
al peso del polvo prestado.
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