domingo, 17 de noviembre de 2024

Cementerio inicial (2)

En días lejanos

-cuando no ahorraba en aliento-

tramé un garabato legible

sequé la tinta sobre el pergamino,

concilié la galaxia lejana y al astrónomo

y al astrónomo al faraón.

Fui herrero de un ejército

en las temporadas previas a la guerra.

Salé carne antes de la hambruna.

Con la fuerza de mi espalda apaleé arena

para construir el dique

que aplacó la inundación.

Deslicé la gota de veneno

que rebalsó el vaso del déspota.

Hundí mi daga hasta la empuñadura

en el cuello del coronel

que dio la orden de degollar a miles:

lo apagué como hacen los espejos.

Martillé el Lee Enfield:

fallé algunos disparos,

acerté la mayoría.

Transformé plomo en oro,

hasta que un cansancio de arsénico

me hundió los hombros y me tendió

más de doscientos años.

Son ecos ahora,

lluviosas recaídas de una única escena repetida.

Todo ese tiempo me hizo falta para descansar,

arroparme en el tibio hueco del subsuelo,

deseando con locura

que cielo y tierra desaparecieran

en una pulsión idéntica:

así de falta me hacía la muerte.


***


Un refugio

apenas una lona servirá,

cualquier cobertizo.

Un conjuro de amparo

por cada palabra revelada

para ungirme la boca con viento

en vez de arena:

esto soñaba bajo la cripta.

Sobre ella,

me abandoné en atropellos cotidianos:

como hombre atesoré tormentos,

fulminantes como fuego fraguando la carne;

acumulé riqueza,

mendigué ilusiones como dientes sanos

hasta el embate de la cordillera.

A algunos nos apadrinó el plomo,

a otros la malicia:

¿quién juzgará quién fue más cruel?

Tuve diez mujeres trabajando para mí,

niñas y cuarentonas,

que se acostaban con quien ordenase.

Tuve una fundición de cobre en las afueras,

llegaban en carros tirados por caballos

-anémicos, extenuados, reumáticos-,

les pagaba con otras formas del metal

y rehacían, felices, el camino de vuelta.

Deambulé en viajes perpetuos

por regiones desconocidas,

almorcé en el norte de Brasil,

cené en la Patagonia,

amé las avenidas

como un marinero ama el velamen.

Envolví con un golpe de ojo

cientos de heridos careándose al sol

celando un sitio extranjero,

escapando de una libertad propia,

fulminados por una fiebre tan europea como ajena.

Me alegré por ser inmune,

eché a rodar una carcajada furiosa

desde la cima de un cerro

hasta la muralla de piedra:

la derribé con una lengua de pólvora,

en un ansioso jadeo de lujuria de ruina.

Las ratas se abren paso a través de los tablones:

me huelen,

me lamen,

pasan de largo,

no reconocen mi carne porque está firme todavía.

Un refugio

apenas una lona me sirve,

cualquier cobertizo.


***


Soy dueño y señor

de mi propio entreacto;

no me tienta

el menor deseo

de incorporarme.

Ni el recuerdo de largos días de camarote

en barcos sin nombre ni bandera,

contando el oro en lingotes,

acuñado,

en metros cúbicos,

fatal y despiadado.

Ni por desafiar la caída

a través de países en conflicto

con navajas de deshilar tejidos

como únicas credenciales.

Ni los paseos

por el túnel de la calle cuarenta y dos

o el recuerdo

del primer fascista

que derrumbé a cuchilladas

maldiciendo a cristo

y a la virgen.

En el reverso de mi suerte

el agua siempre regresaba a la orilla,

y un peligro sin riesgos

dejaba de ser un peligro.

Supliqué por un poco de demencia

o de amor

cenas sin panes ni cuchillos

ríos revueltos

donde no hubiera tiempo

para el sueño de los peces

y sólo conseguí

un agua del fondo del océano,

-densa espesa impenetrable-

consistente como el acero.


***


Encerrado como estaba

como una fiera en el cubil

-cúbico calabozo negro-,

en tranquila aceptación de la fecha estática

y cumpliendo el deseo de tantos

de dormir sin orillas.

Falsificando subsuelo por años,

no sabía que se podían almacenar recuerdos

durante tanto tiempo.

Pienso que este ocaso

no es terrible,

sino un descanso amoroso,

y descubro de a poco cuánto ansío

que se desplome de una vez

esta cortina de tierra y crepúsculo,

deseo con locura

respirar por primera vez,

yo,

lo digo yo

que respiré por primera vez incontables veces.

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