lunes, 18 de noviembre de 2024

Cementerio inicial (3)

Otras cuerdas,

la misma melodía;

otros síncopes,

la misma grasa tapando las arterias;

otra sífilis,

los mismos miembros supurando la hiel del sexo;

el mismo canto,

otros alaridos

otras gargantas,

el mismo tajo que las degüella.

Tuve una losa de hormigón lacrando mi cabeza

durante más de cien años

y aún así percibí

que algo estaba cambiando.


***


Morir es nacer:

me nombra el desconocido que desconfía de la matriz,

reincido en mis raíces de suelo fecundo en invierno,

indescifrables como el sedimento que las completa.

Retumbo, no contengo mis hojas.

Al contrario,

celebro su empuje

cuando resplandecen con la entereza de la noche y también

cuando caen al piso

derrocadas por su propio peso marchito

y pasan a habitar el estrato más profundo del terreno,

el de algunos difuntos

y los ríos subterráneos.

Es territorio vivo la profundidad, tiene hambre,

la tiniebla remojada

no tiene más fortuna que germinar.


***


Mi pena no fue sabia

ni paciente;

llegó de golpe

cruda y sin culpa

a la quieta noche mineral.

Con creciente violencia,

expulsaba las ratas de mi cama,

gozaba con el crujido de los pequeños huesos

al ser estrujados por mi bota:

fascinado por la simpleza del proceso

en el que esos cuerpos dejaban de moverse

por impulso propio.

Así no era mi pereza,

un impulso de sosiego subterráneo.

Cierto día

mi suela sangrante

esmeró tanta rabia contra el esqueleto rastrero

que desplegó el taconazo

fuera de las tablas.


***


De los terrones secos

no nacerá el pan,

pero mi grito forjará el acero

y las primeras grietas de la salida.

La vista iluminada

germinó en un camino desahogado

pero no perpetuo.

Harto de la fantasía inútil

y la tierra somnífera

y la torpe acción del sol sobre las piedras,

entrego mis pies al precipicio

y la fuerza de mi espalda

al peso del polvo prestado.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Cementerio inicial (2)

En días lejanos

-cuando no ahorraba en aliento-

tramé un garabato legible

sequé la tinta sobre el pergamino,

concilié la galaxia lejana y al astrónomo

y al astrónomo al faraón.

Fui herrero de un ejército

en las temporadas previas a la guerra.

Salé carne antes de la hambruna.

Con la fuerza de mi espalda apaleé arena

para construir el dique

que aplacó la inundación.

Deslicé la gota de veneno

que rebalsó el vaso del déspota.

Hundí mi daga hasta la empuñadura

en el cuello del coronel

que dio la orden de degollar a miles:

lo apagué como hacen los espejos.

Martillé el Lee Enfield:

fallé algunos disparos,

acerté la mayoría.

Transformé plomo en oro,

hasta que un cansancio de arsénico

me hundió los hombros y me tendió

más de doscientos años.

Son ecos ahora,

lluviosas recaídas de una única escena repetida.

Todo ese tiempo me hizo falta para descansar,

arroparme en el tibio hueco del subsuelo,

deseando con locura

que cielo y tierra desaparecieran

en una pulsión idéntica:

así de falta me hacía la muerte.


***


Un refugio

apenas una lona servirá,

cualquier cobertizo.

Un conjuro de amparo

por cada palabra revelada

para ungirme la boca con viento

en vez de arena:

esto soñaba bajo la cripta.

Sobre ella,

me abandoné en atropellos cotidianos:

como hombre atesoré tormentos,

fulminantes como fuego fraguando la carne;

acumulé riqueza,

mendigué ilusiones como dientes sanos

hasta el embate de la cordillera.

A algunos nos apadrinó el plomo,

a otros la malicia:

¿quién juzgará quién fue más cruel?

Tuve diez mujeres trabajando para mí,

niñas y cuarentonas,

que se acostaban con quien ordenase.

Tuve una fundición de cobre en las afueras,

llegaban en carros tirados por caballos

-anémicos, extenuados, reumáticos-,

les pagaba con otras formas del metal

y rehacían, felices, el camino de vuelta.

Deambulé en viajes perpetuos

por regiones desconocidas,

almorcé en el norte de Brasil,

cené en la Patagonia,

amé las avenidas

como un marinero ama el velamen.

Envolví con un golpe de ojo

cientos de heridos careándose al sol

celando un sitio extranjero,

escapando de una libertad propia,

fulminados por una fiebre tan europea como ajena.

Me alegré por ser inmune,

eché a rodar una carcajada furiosa

desde la cima de un cerro

hasta la muralla de piedra:

la derribé con una lengua de pólvora,

en un ansioso jadeo de lujuria de ruina.

Las ratas se abren paso a través de los tablones:

me huelen,

me lamen,

pasan de largo,

no reconocen mi carne porque está firme todavía.

Un refugio

apenas una lona me sirve,

cualquier cobertizo.


***


Soy dueño y señor

de mi propio entreacto;

no me tienta

el menor deseo

de incorporarme.

Ni el recuerdo de largos días de camarote

en barcos sin nombre ni bandera,

contando el oro en lingotes,

acuñado,

en metros cúbicos,

fatal y despiadado.

Ni por desafiar la caída

a través de países en conflicto

con navajas de deshilar tejidos

como únicas credenciales.

Ni los paseos

por el túnel de la calle cuarenta y dos

o el recuerdo

del primer fascista

que derrumbé a cuchilladas

maldiciendo a cristo

y a la virgen.

En el reverso de mi suerte

el agua siempre regresaba a la orilla,

y un peligro sin riesgos

dejaba de ser un peligro.

Supliqué por un poco de demencia

o de amor

cenas sin panes ni cuchillos

ríos revueltos

donde no hubiera tiempo

para el sueño de los peces

y sólo conseguí

un agua del fondo del océano,

-densa espesa impenetrable-

consistente como el acero.


***


Encerrado como estaba

como una fiera en el cubil

-cúbico calabozo negro-,

en tranquila aceptación de la fecha estática

y cumpliendo el deseo de tantos

de dormir sin orillas.

Falsificando subsuelo por años,

no sabía que se podían almacenar recuerdos

durante tanto tiempo.

Pienso que este ocaso

no es terrible,

sino un descanso amoroso,

y descubro de a poco cuánto ansío

que se desplome de una vez

esta cortina de tierra y crepúsculo,

deseo con locura

respirar por primera vez,

yo,

lo digo yo

que respiré por primera vez incontables veces.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Cementerio inicial (1)

Nunca descansé,

tampoco dormí.

Algunos llamarán sueño a este pensamiento prolongado,

incesante, indomable.

Cerré los ojos del primer martillazo

hasta el último crujido de la madera,

campanada fértil

que vino a demostrar

el fin del tiempo

de esta eternidad.

No temí durante el sosiego,

mi nombre recorría de oriente a occidente

como un veneno robando la risa de niños y ancianos;

pero un emblema del olvido coronó mi tumba

cada uno de los días.

Di la última mirada hacia los días memorables

inmóvil bajo la cumbre de una piedra solitaria,

en pie hasta el ascenso del día.

Cuántas jornadas llevé allí, no las conté,

a salvo como estaba de las tormentas y el deleite.

No fui un hombre,

fui carne quieta.

¡Qué placer esta muerte!


***


Llega un nuevo enterrado vivo,

mientras los demás cuerpos estáticos

velan los despojos del continente,

una sombra

arremete con cerrazón de plomo

y anticipa la única noche eterna.

En vilo entre dos abismos,

me topé con la fosa

antes de la sepultura.

Los cuerpos orientados al oeste,

los tejidos disueltos en paralelo.

Toco mis ojos cautivos,

prensados bajo las tablas

-insistentes exactas sosegadas-

los protejo de una luz que no está allí,

una astilla nunca abandonó mis pupilas.

Me toco la cara, la boca,

la frente de nuevo,

escucho al mar palpitando a mi espalda.

En el hemisferio vecino, y en este,

remontan murallas flamantes

en millas a nuestra redonda;

reducen a lotes lo que eran praderas

y son las mismas murallas

desde antes de ser edificadas;

los agrimensores miden los campos linderos

amplifican el santo campo:

aún inmune,

todavía no creo que la muerte haya deshecho a tantos.


***


No se detienen los visitantes nocturnos,

entablados al nervio indolente

de los clavos de acero.

No se detienen:

están armados con palas

y uñas de metal.

Rajan la piedra silvestre,

atraviesan los mantos de granito,

destazan la corteza áspera,

alumbran los cráneos con linternas,

-por primera vez se reúnen con la luz-

desfloran su reposo de calcio,

los pulverizan a marronazos,

arrebatan los dientes de oro,

cercenan falanges,

liberan los anillos muertos,

reanudan el desfile de insignias humilladas,

y huyen:

temen más al hambre

que al saqueo del tiempo quieto.


***


Habito el hueco,

reino la clausura;

aquí no hay infinito

aquí se revive el infinito a cada instante

aquí el infinito es cada instante.

Respiro mi propio aire,

navego mi propio río.

No pienso

ni escribo

sobre mi propio sosiego:

defiendo con entusiasmo un conjuro secreto,

para burlarme del peso del mármol

(el maestro escultor que lo trabajó,

padre primigenio de la piedra,

era un artesano asiático

delicado cribador de arena

e ilusionista de caprichos occidentales,

escoltaba la forma a puñetazos,

y fue dueño de cuantos ojos se posaron en su obra).

Igual

el mármol se pulveriza,

es obra de hombres,

no de eternidad.

Es humana la forma,

vean al otro,

al de al lado,

aprieten la mano,

prémiense con el reflejo,

vean.