Cuando temo que pueda dejar de existir
antes de que mi pluma haya espigado la fecunda mente,
antes de que grandes pilas de libros impresos
guarden como ricos graneros la semilla ya madura;
cuando contemplo el rostro estrellado de la noche,
grandes símbolos velados de una ilustre ficción,
y pienso que nunca pueda vivir para esbozar
sus sombras con la mágica mano del azar;
y cuando siento, hermosa criatura de una hora,
que nunca volveré a verte otra vez,
que nunca saborearé el poder feérico
del amor irreflexivo, entonces a la orilla
del ancho mundo me quedo solo y pienso,
hasta que amor y fama se hundan en la nada.
(Enero de 1818)
AL SUEÑO
Suave embalsamador de la quieta medianoche,
cierras con dedos tersos y benignos
nuestros ojos dichosos en tinieblas
a salvo de la luz, a la sombra del divino olvido.
Dulce Sueño, si así lo quieres,
en medio de esta alabanza, cierra mis párpados,
o espera a el amén, antes de que tu amapola,
vierta sobre mi lecho sus arrullos.
Entonces líbrame, o el día fugaz brillará
sobre mi almohada, alimentando los pesares;
líbrame de la Consciencia curiosa que aún domina
con su fuerza entre lo oscuro como un topo
gira la llave en su engrasado cierre
y sella en silencio el cofre de mi Alma.
(Abril de 1819)
Retrato por William Hilton |
ODA A LA MELANCOLÍA
1
No, no vayas al Leteo
ni exprimas el morado acónito de raíces apretadas,
buscando su venenoso vino;
ni sufra tu pálida frente el beso
de la sombra nocturna, uva rubí de Proserpina;
ni hagas tu rosario con bayas de tejo
ni dejes que el escarabajo o la polilla sean
tu alma doliente, ni sea el búho nocturno
compañero de los misterios de tu dolor;
pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la despierta angustia del alma.
2
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
caiga de súbito, como una nube afligida
que cuida de las flores inclinadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
entonces sacia tu dolor en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la riqueza esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, déjala que se enfurezca,
y contempla, constante, sus ojos incomparables.
3
Ella vive con la belleza, que es mortal,
también con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre diciendo adiós; y cercanos del placer doliente
que se vuelve veneno mientras liba la boca de la abeja:
pues en el mismo templo del deleite,
la velada melancolía tiene su santuario solemne,
aunque nadie lo haya visto, solo aquel cuya lengua ardiente
haga estallar la uva del júbilo contra su frío paladar:
su alma probará la tristeza de su poder
y quedará colgado entre sus nubosos trofeos.
(Mayo de 1819)