Soy de
barro.
Traigo
la forma a la fuerza, de los pelos, a los golpes
La
saranda de arena se suma de poco al litro de agua que solidifica la rareza, la
delicadeza de comenzar a ser sin antes haber sido.
Monstruoso
río desalmado, se deforma de hielo al principio, es útil como medio de comercio
después. Inestable en perpetuo movimiento, lo reverencio como símbolo pero me
representa otra cosa.
Tumbado
de pie frente a la roca, el orgullo de verla terminada, vitaminas de esquirlas
me rodean, ¿quién dijo hambre?
Solté,
a la velocidad que me permitieron mis puños sangrantes, los golpes vencidos
flechando la frente, doblando las manos. Es humana la forma, véanse en el otro,
prémiense con el reflejo, aprete la mano, vea. Si lo consigo, mi tarea está
completa.
El tratamiento
de la lava siempre se me escapó, el trabajo en frío es más ágil porque es más
lento, por ejemplo es más vanidoso el calor que me obliga al contacto corto
–golpes de puño y de cincel- que el helado detenimiento del tiempo.
En
ocasiones escalo intermitente, a veces hacia arriba y a veces hacia abajo. El
próximo destino del siguiente paso se pierde sin ritmo y sin escala. Cuando me
cruce con el próximo explorador le pediré que cargue mi roca.
Mientras
el mundo miraba de cerca, con todos los ojos que le pertenecen, la elección
presidencial, yo me regodeaba de cara al infinito lechoso estelar y me repetía
que todo iba a estar bien, mientras las grietas empezaban a correr por mi
brazo.
Enviudé
de pronto a lo largo del taller vacío de vino y de tabaco y de mujer me tendí
en la colchoneta mascando arcilla y queriendo escupir la forma de una corona
escupí una carnaza entre negra y roja que sin radiografía supe que dentro de mí
quedaba más y que a cada escupitajo crecía en centímetros cúbicos apelmazando
cada vez más mis órganos funcionales y sonreí y tomé el cincel y empecé de
nuevo.
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