domingo, 29 de octubre de 2017

"Trópico de Cáncer" - Henry Miller (1934)


En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la maquinaria crujiente de la humanidad: ¡pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡Soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras que sonríen y miran de reojo, unas muertas y sonriendo hace mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocurre siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas páginas de éxtasis sucias de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran circuito que circula a través de los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo, indeseable, de borracho, seguirá manando sin cesar, a través de las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza. Codo a codo con la raza humana corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción. Con el abono muerto y la escoria inerte producen una canción que se contagia. Veo esa otra raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas arriba, con las manos siempre vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá, el dios inalcanzable: matando todo lo que está a su alcance para calmar al monstruo que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arrancan el cabello en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo veo cuando braman como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que está bien y que no hay otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas, mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo, porque debe hacerlo! Y todo lo que se quede corto con respecto a ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagado, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la ausencia de vida.

Cuando pienso en Stavrogin, por ejemplo, pienso en un monstruo divino erguido en un lugar elevado y arrojándonos sus entrañas desgarradas. En Los poseídos la tierra tiembla: no es la catástrofe que sobreviene a un individuo imaginativo, sino un cataclismo en que una gran parte de la humanidad queda sepultada, aniquilada para siempre. Stavrogin era Dostoyevski y Dostoyevski era la suma de todas esas contradicciones que o bien paralizan a un hombre o bien le conducen a las alturas. Para él no había mundo demasiado bajo como para que no pudiera entrar en él ni lugar tan alto como para que temiese subir a él. Recorrió toda la escala, desde el abismo hasta las estrellas. Es una lástima que no vayamos a tener otra vez la oportunidad de ver a un hombre colocado en el centro mismo del misterio e iluminando para nosotros, con sus relámpagos, la profundidad e inmensidad de las tinieblas.

Hoy tengo conciencia de mi linaje. No necesito consultar mi horóscopo ni mi árbol genealógico. De lo que está escrito en las estrellas, o en mi sangre, no sé nada. Sé que desciendo de los fundadores mitológicos de la raza. El hombre que se lleva la botella sagrada a los labios, el criminal que se arrodilla en el mercado, el inocente que descubre que todos los cadáveres apestan, el fraile que se levanta las faldas para mearse en el mundo, el fanático que explora las bibliotecas para encontrar la Palabra: todos ellos están fundidos en mí, todos ellos provocan mi confusión, mi éxtasis. Si soy inhumano es porque mi mundo ha sobrepasado sus límites humanos, porque ser humano parece algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por preceptos morales y códigos, definido por trivialidades e ismos. Estoy echándome el jugo de la uva por el gaznate y descubro la sabiduría en él, pero mi sabiduría no procede de la uva, mi embriaguez no debe nada al vino...

Quiero desviarme de estas altas y áridas sierras donde se muere uno de sed y de frío, de esta historia «extratemporal», de este absoluto de tiempo y espacio en que no existen ni hombres, ni animales, ni vegetación, donde se vuelve uno loco por la soledad, por el lenguaje que es sólo palabras, donde todo está desenganchado, desencajado, descompasado en relación con los tiempos. Quiero un mundo de hombres y mujeres, de árboles que no hablen (¡porque ya se habla demasiado en el mundo, tal como es!), de ríos que te lleven a algún lugar, no ríos que sean leyendas, sino ríos que te pongan en contacto con otros hombres y mujeres, con la arquitectura, la religión, las plantas, los animales: ríos que tengan barcos y en los que los hombres se ahoguen, no se ahoguen en el mito y la leyenda y los libros y el polvo del pasado, sino en el tiempo y el espacio y la historia. Quiero ríos que hagan océanos como Shakespeare y Dante, ríos que no se sequen en el vacío del pasado. ¡Océanos, sí! Que haya más océanos, océanos nuevos que borren el pasado, océanos que creen nuevas formaciones geológicas, nuevas perspectivas topográficas y continentes extraños y aterradores, océanos que destruyan y preserven al mismo tiempo, océanos en los que podamos navegar, zarpar hacia nuevos descubrimientos, nuevos cataclismos, más guerras, más holocaustos. Que haya un mundo de hombres y mujeres con dinamos entre las piernas, un mundo de furia natural, de pasión, acción, drama, sueños, locura, un mundo que produzca éxtasis y no pedos secos. Creo que hoy más que nunca hay que procurar conseguir un libro aunque sólo tenga una gran página: hemos de buscar fragmentos, astillas, uñas de los pies, cualquier cosa que tenga mineral dentro, cualquier cosa capaz de resucitar el cuerpo y el alma.

Puede que estemos condenados, que no haya esperanza para nosotros, para ninguno de nosotros, pero, si es así, ¡lancemos un último alarido agónico, espeluznante, un chillido de desafío, un grito de guerra! ¡Al diablo las lamentaciones! ¡Al diablo las elegías y las endechas! ¡Al diablo las biografías y las historias, y las bibliotecas y los museos! Que los muertos se coman a los muertos. Bailemos los vivos en el borde del cráter, una última danza agónica. ¡Pero una auténtica danza auténtica!

«Amo todo lo que fluye», dijo el gran Milton ciego de nuestra época. Pensaba en él esta mañana, cuando me he despertado con un gran grito horrible de alegría: pensaba en sus ríos y árboles y en todo ese mundo nocturno que está explorando. Sí, me he dicho, yo también amo todo lo que fluye: ríos, alcantarillas, lava, semen, sangre, bilis, palabras, oraciones. Amo el fluido amniótico, cuando se derrama de la bolsa. Amo el riñón con sus dolorosos cálculos, su arena y qué sé yo; amo la orina que brota caliente y las purgaciones que no cesan; amo las palabras de los histéricos y las oraciones que fluyen como la disentería y reflejan todas las imágenes morbosas del alma; amo los grandes ríos como el Amazonas y el Orinoco, donde locos como Moravagine van flotando a través del sueño y la leyenda en un bote descubierto y se ahogan en la desembocadura invisible del río. Amo todo lo que fluye, hasta el flujo menstrual, que arrastra el semen que no ha fecundado. Amo las escrituras que fluyen, ya sean hieráticas, esotéricas, perversas, polimorfas o unilaterales. Amo todo lo que fluye, todo lo que contiene el tiempo y el porvenir, que nos devuelve al comienzo donde nunca hay fin: la violencia de los profetas, la obscenidad que es éxtasis, la sabiduría del fanático, el sacerdote con su letanía pegajosa, las palabras indecentes de la puta, el escupitajo que va flotando por el arroyo de la calle, la leche del pecho y la amarga miel que mana de la matriz, todo lo fluido, fundente, disoluto y disolvente, todo el pus y la suciedad que al fluir se purifica, que pierde el sentido de su origen, que circula por el gran circuito hacia la muerte y la disolución. El gran deseo incestuoso es el de seguir fluyendo, unido al tiempo, el de fundir la gran imagen del más allá con el aquí y el ahora. Un deseo fatuo, suicida, estreñido por las palabras y paralizado por el pensamiento.


Canto ajeno IX

Llueve ceniza, como en Pompeya en Agosto.
Es el calor de la tarde que incinera,
es el sol de tiniebla
congelada, inacabada, nubosa,
astilla cósmica, deshilachada germinal.
No hay otro misterio que el de la sombra,
los demás se explican apenas verlos:
en la travesía de una gota asoma el porvenir;
basta como ejemplo la breve corona que aparece cuando se despedaza contra la calzada.
Se abren sospechas como frente a un libro cualquiera:
¿el aire también se repite?
¿es eterno el derrumbe?
¿mejor saber si hay nada?
El mercurio sube y baja inmóvil;
el barómetro es inútil ante otro tipo de contrapeso,
en su eje, gira sola la veleta.
Con estas lecturas nos arrullaron
años y años las noticias de las ocho.
Tanto satélite, tanto cronómetro que olvidamos
que el veredicto lo dará el viento astillando contra la bahía,
y no los granos de arena que trazan cuánto es una hora.
Aunque llueva y no despeje hasta el fin de semana,
aunque enmudezca y desvente sobre el final del día
y el aguacero ceda frente al pampero,
la oración de la tormenta revele la paz tras los nubarrones,
en cada nueva nube
la garantía furiosa del desierto. 

"Catay" (Ezra Pound, 1915).

"En 1915 publica “Cathay”, un pequeño volumen de poemas de Li Po traducidos por Ernest Fenollosa y reelaborados por Pound. Al contrario que los traductores americanos anteriores de la poesía china, estas versiones en verso libre ofrecen a los lectores textos comprensibles. Muchos críticos consideran los poemas de Cathay como la realización más acertada del Imaginismo. Sin embargo, como traducciones, continúan siendo fuente de controversias ya que ni Fenollosa ni Pound jamás hablaron o leyeron el chino con soltura; además de criticársele al poeta norteamericano el que omitiera o agregara secciones sin ninguna base en los originales. Para Hugh Kenner estas aparentes traducciones de textos orientales antiguos hoy se ven como experimentos poéticos". (Wikipedia)

CANCIÓN DE LOS ARQUEROS DEL SHU

Aquí estamos, recolectando los primeros brotes de los helechos
y diciendo: ¿cuándo volveremos a nuestra patria?
Aquí estamos porque tenemos a los Ken-nin como enemigos,
no paramos un segundo por culpa de estos mongoles.
Hemos agotado los tiernos brotes de helecho;
cuando alguien habla de volver, los otros de acongojan.
Ánimos apenados, el pesar es hondo, tenemos hambre y sed.
Nuestras defensas no son seguras, nadie puede dejar que regrese su amigo.
Agotamos los viejos tallos de helecho.
Decimos: ¿nos dejarán volver en Octubre?
No hay sosiego para los asuntos del reino, no paramos un momento.
Nuestro pesar es amargo, pero no querríamos regresar a la patria.
¿Qué flores se han abierto?
¿De quién es esa carroza? Del General.
Los caballos, incluso sus caballos, están cansados. Y eran fuertes.
No nos dan reposo, tres batallas al mes.
Oh, dios mío, sus caballos están cansados.
Los generales van sobre ellos y los soldados a pie.
Los caballos están bien entrenados, los generales llevan flechas de marfil y aljabas adornadas con escamas de pez.
El enemigo es rápido, hemos de ser cuidadosos.
Cuando partimos, los sauces se doblaban con la primavera;
Regresamos con nieve,
avanzamos con lentitud, tenemos hambre y sed,
nuestro ánimo está apesadumbrado, ¿quién sabrá de nuestro dolor?
De Bunno, aproximadamente 1100 a.C.



EL HEMOSO ATAVÍO

Triste, triste es la hierba a la orilla del río
y los sauces desbordan el jardín cerrado,
y adentro, la dueña, en la flor de su juventud,
blanca, blanca de rostro, vacila, mientras cruza la puerta.

Fue cortesana en otros tiempos,
y se casó con un bebedor
que ahora sale a emborracharse
y a ella la deja demasiado sola.
De Mei Sheng, 140 a.C.


CUATRO POEMAS DE PARTIDA

La lluvia cae sobre el polvo leve
los sauces del patio de la fonda
van a ponerse cada vez más verdes.
Mas tú, Señor, mejor será que tomes vino
antes de tu partida,
porque no tendrás amigos junto a ti
cuando llegues a las puertas de Go.
(Rihaku u Omatkisu)

SEPARACIÓN EN EL RÍO KIANG

Ko-yin va hacia poniente desde Ko-karu-ro,
Sobre el río hay esparcidas flores de humo.
Su vela solitaria mancha el cielo lejano.
Y, ahora, sólo veo el río,
El largo Kiang, que llega al cielo.
Rihaku

DESPIDIÉNDOSE DE UN AMIGO

Montes azules al norte de las murallas,
un río blanco serpenteando entre ellas;
aquí debemos separarnos
y recorrer mil millas de hierba muerta.

Mente como una gran nube flotante,
crepúsculo como separación de viejas amistades
que a distancia se inclinan sobre sus manos apretadas.
Nuestros caballos se relinchan
mientras nos vamos alejando.
Rihaku

DESPEDIDA CERCA DE SHOKU
“Sanso, rey de Shoku, construyó caminos”.

Dicen que los caminos de Sanso son abruptos,
escarpados como las montañas.
Las paredes se alzan frente al rostro de un hombre,
las nubes crecen desde la colina
cuando frena el caballo.
Hay árboles fragantes en el empedrado camino de los Shin,
sus troncos han reventado el pavimento,
y hay regatos cuyo hielo revienta
en medio de Shuku, una ciudad altiva.

Los destinos de los hombres ya están fijados,
no es necesario consultar a los adivinos.
Rihaku

LA CIUDAD DE CHOAN

Los fénices están jugando en su terraza.
Los fénices se han ido, el río fluye solitario.
Flores y hierba
cubren la senda oscura
donde descansa la casa dinástica de los Go.
Los brillantes vestidos y los brillantes gorros de los Shin
son ahora la base de colinas antiguas.

Las Tres Montañas caen a través del cielo lejano,
la isla de la Garza Blanca
divide la corriente en dos.
Ahora las altas nubes han cubierto el sol
y yo no puedo ver Shoan a lo lejos
y estoy triste.
Rihaku


SONG OF THE BOWMAN OF SHU

Here we are, picking the first fern-shoots
And saying: When shall we get back to our country?
Here we are because we have the Ken-nin for our foemen,
we have no comfort because of these Mongols.
We grub the soft fern-shoots,
when anyone says "Return," the others are full of sorrow.
Sorrowful minds, sorrow is strong, we are hungry and thirsty.
Our defense is not yet made sure, no one can let his friend return.
We grub the old fern-stalks.
We say: Will we be let to go back in October?
There is no ease in royal affairs, we have no comfort.
Our sorrow is bitter, but we would not return to our country.
What flower has come into blossom?
Whose chariot? The General's.
Horses, his horses even, are tired. They were strong.
We have no rest, three battles a month.
By heaven, his horses are tired.
The generals are on them, the soldiers are by them.
The horses are well trained, the generals have ivory arrows and
quivers ornamented with fish-skin.
The enemy is swift, we must be careful.
When we set out, the willows were drooping with spring,
we come back in the snow,
we go slowly, we are hungry and thirsty,
Our mind is full of sorrow, who will know of our grief?
by Bunno — Reputedly 1100 B.C
       
THE BEAUTIFUL TOILET

Blue, blue is the grass about the river
and the willows have overfilled the close garden.
And within, the mistress, in the midmost of her youth,
white, white of face, hesitates, passing the door.
Slender, she puts forth a slender hand;

and she was a courtezan in the old days,
and she has married a sot,
who now goes drunkenly out
and leaves her too much alone.
by Mei Sheng B.C. 140

FOUR POEMS OF DEPARTURE

Light rain is on the light dust
the willows of the inn-yard
will be going greener and greener,
but you, Sir, had better take wine ere
your departure,
for you will have no friends about you
when you come to the gates of Go.
(Rihaku or Omakittsu)

Separation on the River Kiang

Ko-jin goes west from Ko-kaku-ro,
the smoke flowers are blurred over the river.
His lone sail blots the far sky.
And now I see only the river,
the long Kiang, reaching heaven.
Rihaku

Taking Leave of a Friend

Blue mountains to the north of the walls,
white river winding about them;
here we must make separation
And go out through a thousand miles of dead grass.
mind like a floating white cloud,
sunset like the parting of old aquaintances
who bow over their clasped hands at a distance.
Our horses neigh to each other
as we are departing
Rihaku

Leave-taking Near Shoku

They say the roads of Sanso are steep,
sheer as the mountains.
The walls rise in a man's face,
clouds grow out of the hill
at his horse's bridle.
Sweet trees are on the paved way of the Shin,
their trunks burst through the paving,
and freshets are bursting their ice
in the midst of Shoku, a proud city.

Men's fates are already set,
There is no need of asking diviners
Rihaku

The City of Choan

The phoenix are at play on their terrace.
The phoenix are gone, the river flows on alone
flowers and grass
cover over the dark path
where lay the dynastic house of the Go.
The bright cloths and bright caps of the Shin
are now the base of old hills.

The Three Mountains fall through the far heaven,
the isle of White Heron
splits the two streams apart.
Now the high clouds cover the sun
and I can see Choan afar
and I am sad.   

Rihaku





sábado, 14 de octubre de 2017

Soy de barro

Soy de barro.

Traigo la forma a la fuerza, de los pelos, a los golpes
La saranda de arena se suma de poco al litro de agua que solidifica la rareza, la delicadeza de comenzar a ser sin antes haber sido.

Monstruoso río desalmado, se deforma de hielo al principio, es útil como medio de comercio después. Inestable en perpetuo movimiento, lo reverencio como símbolo pero me representa otra cosa.

Tumbado de pie frente a la roca, el orgullo de verla terminada, vitaminas de esquirlas me rodean, ¿quién dijo hambre?

Solté, a la velocidad que me permitieron mis puños sangrantes, los golpes vencidos flechando la frente, doblando las manos. Es humana la forma, véanse en el otro, prémiense con el reflejo, aprete la mano, vea. Si lo consigo, mi tarea está completa.

El tratamiento de la lava siempre se me escapó, el trabajo en frío es más ágil porque es más lento, por ejemplo es más vanidoso el calor que me obliga al contacto corto –golpes de puño y de cincel- que el helado detenimiento del tiempo.

En ocasiones escalo intermitente, a veces hacia arriba y a veces hacia abajo. El próximo destino del siguiente paso se pierde sin ritmo y sin escala. Cuando me cruce con el próximo explorador le pediré que cargue mi roca.

Mientras el mundo miraba de cerca, con todos los ojos que le pertenecen, la elección presidencial, yo me regodeaba de cara al infinito lechoso estelar y me repetía que todo iba a estar bien, mientras las grietas empezaban a correr por mi brazo.

Enviudé de pronto a lo largo del taller vacío de vino y de tabaco y de mujer me tendí en la colchoneta mascando arcilla y queriendo escupir la forma de una corona escupí una carnaza entre negra y roja que sin radiografía supe que dentro de mí quedaba más y que a cada escupitajo crecía en centímetros cúbicos apelmazando cada vez más mis órganos funcionales y sonreí y tomé el cincel y empecé de nuevo.