martes, 18 de julio de 2017

Me interné en un trópico desconocido

Me interné en un trópico desconocido
una segunda mortaja de ramas sin flores
caminos de hormigas en el barro
helechos gigantes desmiembro con mis hombros.
La tierra se va partiendo a cada paso,
desde el continente emigro a un islote náufrago,      
camino con pausa para no irritar a las alimañas durmientes:
soy intruso en este terreno,
adivino las miradas del tigre entre el follaje
planeando maniobras de asalto, hijas del hambre de la mandíbula.
Un rayo de sol se filtra entre las ramas más altas,
avanzo un paso, vuelvo la vista, se renueva el lienzo.
Una serpiente enlazada en su rama
silba su siesta de silencio.
Nudos de pulpa verde crecen hasta la cima de los eucaliptus:
todo aquí se nutre de agua,
de nada más que del agua;
de donde vengo la sed es la norma,
de donde vengo nos nutrimos de sed.
Los jadeos del aire caliente
ondean las hojas más livianas
el calor insoportable
la vegetación lujuriosa
los insectos me rayan la cara
la humedad, las capas de hojas muertas sobre hojas muertas
que insisten en ser suelo nuevo,
la yedra desprende un olor que espanta a los pájaros jóvenes
insisto a fuerza de pasos penetrar en la selva retinta
revienta la tierra de tanta raíz,
estoy de paso, me repito, estoy de paso
revivo de a una palabra a la vez
mi lengua montaraz empuja,
se empeña en demostrar,
empuja para hacer brotar mi discurso como un río profundo
como el vapor al agua ardiendo;
caminando alcanzo el límite de la arboleda y de mi paciencia.
Bajo a la ciudad,
y cuanto sea posible bajo un poco más,
hasta la última puerta, y bajo la escalera siguiente,
y los trenes hacen temblar mi cabeza con su entusiasmo mecánico,
sobre mis sienes zumban turbinas que extraen el aire dopado,
cargado de electrolitos y azufre,
bajo un poco más en un ascensor trabado en combate
con la ley de gravedad,
peleando a muerte lo más abajo que pueda llegar
y por los azulejos
desbordaban los ríos subterráneos.


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