"Para acabar con el juicio de dios" fue escrito por Antonin Artaud a pedido de Fernand Pouey para ser transmitido por la radio nacional francesa junto a otros textos de distintos poetas a modo de conmemorar la todavía reciente finalización de la segunda guerra mundial. El propio Artaud, María Casares, Roger Blin y Paule Thévenin lo
grabaron el 28 de noviembre de 1947, pero la emisión, programada para el 2 de febrero de 1948 fue prohibida por el director
de la radio, Wladimir Porche, escandalizado por la violencia del texto. Fernand Pouey logró que se formara una especie de tribunal (integrado, entre otras personalidades, por Jean Cocteau, Pául Eluard,
René Char entre otros) encargado de dar su parecer sobre el poema. El fallo fue totalmente favorable pero aún así, el
director de la radio mantuvo su veto).
PARA ACABAR CON EL JUICIO DE DIOS
Ayer me enteré,
(se puede creer, o tal vez sólo
es un rumor falso, que me detengo en uno de
esos sucios chismes que circulan entre
fregaderos y letrinas cuando se tiran las
comidas que una vez más han sido engullidas),
ayer me enteré
de una de las prácticas oficiales más impresionantes de las
escuelas
públicas americanas y que sin duda hacen que ese
país se crea a la cabeza del progreso.
Parece que entre los exámenes o pruebas que debe soportar
un niño que entra por primera vez a una escuela
pública, se verifica la llamada prueba del líquido seminal
o del esperma
que consistiría en pedirle al pequeño recién llegado un poco
de su esperma para introducirlo en un frasco
y conservarlo así preparado para cualquier tentativa de
fecundación
artificial que pudiera llevarse a cabo en el futuro.
Pues los americanos descubren día a día
que carecen de brazos y de niños
es decir no de obreros
sino de soldados
y quieren a toda costa y por todos los
medios posibles hacer y fabricar soldados
con vistas a las guerras planetarias
que ulteriormente pudieran acaecer
y que estarían destinadas a mostrar por las
virtudes aplastantes de la fuerza
la excelencia de los productos americanos y
de los frutos del sudor americano en todos
los campos de la actividad y del dinamismo
posible de la fuerza.
Porque hay que producir, hay que, por todos
los medios de la actividad viable, reemplazar
la naturaleza dondequiera que pueda ser reemplazada,
hay que encontrar un campo mayor para
la inercia humana,
es preciso que el obrero tenga de qué ocuparse,
es preciso que se creen nuevos campos de actividad
donde se alzará por fin el reino de todos
los falsos productos fabricados,
de todos los innobles sucedáneos sintéticos,
donde la hermosa, la legítima naturaleza no tendrá
nada qué hacer,
y deberá ceder su lugar de una vez por todas y
vergonzosamente
a los triunfales productos de la sustitución,
allí, el esperma de todas las usinas de fecundación artificial
hará maravillas para producir armadas y acorazados.
No más frutas, no más árboles, no más plantas
farmacéuticas o no y en consecuencia
no más alimentos,
sino productos de la síntesis a saciedad...
sino productos de síntesis, a saciedad,
en los vapores,
en los humores especiales de la atmósfera,
en los ejes particulares de las atmósferas
arrebatadas a la potencia de una naturaleza
que de la guerra sólo conoció el miedo.
Y viva la guerra, ¿no es cierto?
Porque, fue así, ¿verdad?, que los americanos prepararon
y preparan la guerra paso a paso.
Para defender esta fabricación
insensata de las competencias que
surgirían de inmediato en todas partes,
se necesitan soldados, armadas, aviones,
acorazados.
Parecería
que por esta razón los gobiernos
de América tuvieron el desparpajo de pensar en ese esperma.
Puesto que, nosotros, los nacidos
capitalistas, tenemos más de un enemigo
que nos vigila, hijo mío,
y entre esos enemigos,
la Rusia de Stalin
que tampoco carece de brazos armados.
Todo eso está muy bien,
pero yo no sabía que los americanos fueran un pueblo
tan guerrero.
Cuando se combate se reciben heridas
vi a muchos americanos en
la guerra pero siempre tenían delante de
ellos inconmensurables armadas de tanques,
de aviones, de acorazados que les servían como
escudo.
Vi pelear a las máquinas
y sólo divisé muy atrás, en el infinito, a los
hombres que las conducían.
Frente al pueblo que hace comer a sus
caballos, a sus bueyes y a sus asnos las últimas toneladas
de morfina legítima que poseen
para reemplazarla por sucedáneos de humo,
prefiero al pueblo que come a ras de la tierra
el delirio de donde nació,
hablo de los Tarahumaras que comen el Peyote
a ras del suelo mientras nace
y que mata al sol para instalar el reino
de la noche negra,
que desintegra la cruz para que los espacios
del espacio no puedan encontrarse y cruzarse
nunca más.
Van a escuchar ahora la danza
del TUTUGURI.
TUTUGURI
El rito del sol
negro.
Y abajo, al pie del declive amargo,
cruelmente desesperado del corazón,
se abre el círculo de las seis cruces,
muy abajo
como encastrado en la tierra madre,
desencastrado del abrazo inmundo de la madre
que babea,
la tierra de carbón negro
es el único lugar húmedo
en esta grieta de roca.
El rito consiste en que el nuevo sol pase por siete puntos
antes de estallar en el orificio de la tierra.
Hay seis hombres,
uno por cada sol
y un séptimo hombre
vestido de negro y de carne roja
que es el sol
violento.
Este séptimo hombre
es un caballo,
un caballo con un hombre que lo acompaña.
Pero el caballo
es el sol
no el hombre.
Al ritmo desgarrante de un tambor y de una trompeta larga,
extraña,
los seis hombres
que estaban acostados,
enroscados a ras de la tierra
brotan sucesivamente como
girasoles
no soles
sino suelos que giran,
lotos de agua,
y cada brote
se corresponde con el gong cada vez más sombrío
y contenido
del tambor
hasta que de pronto se ve llegar a todo galope,
con una velocidad de vértigo,
al último sol,
al primer hombre,
al caballo negro y sobre él
un hombre desnudo
absolutamente desnudo
y casto.
(sobre su lomo)
Después de saltar, avanzan describiendo
recodos circulares
y el caballo de carne sangrante se enloquece
y caracolea sin cesar
en la cima de su risco
hasta que los seis hombres
terminan de rodear
las seis cruces.
La tensión mayor del rito es precisamente
LA ABOLICIÓN DE LA
CRUZ.
Cuando terminan de girar
arrancan
las cruces de la tierra
y el hombre desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa herradura
empapada en la sangre de una cuchillada.
(...)
CONCLUSIÓN
—Señor Artaud, ¿para qué le sirvió esta radiodifusión?
—En principio para denunciar cierto número de porquerías sociales oficialmente consagradas y reconocidas:
1º la explotación del
esperma infantil, cedido benévolamente por niños, con vistas a una fecundación artificial de fetos que aún no han nacido y que nacerán dentro de un siglo o más.
2° denunciar en
ese mismo pueblo americano que ocupa toda la superficie del antiguo continente Indio, una resurrección del imperialismo guerrero de la antigua América que hizo que el pueblo indígena anterior a Colón fuera vilipendiado por toda la humanidad precedente.
—Señor Artaud, usted está diciendo cosas muy insólitas.
—Sí, digo algo insólito, digo que los Indios anteriores a Colón eran, contra todo lo que se pueda creer, un pueblo extrañamente civilizado, que conoció una forma de civilización basada en el principio exclusivo de la crueldad. ¿Sabe usted qué es con exactitud la crueldad?
—De ese modo no, no lo sé.
—La crueldad consiste en extirpar por la sangre y hasta la sangre a dios, al azar bestial de la inconsciente animalidad humana en cualquier parte donde se lo pueda encontrar. El hombre, cuando no se lo reprime, es un animal erótico, lleva adentro un temblor inspirado, una especie de pulsación productora de bichos innumerables que constituyen la forma que los antiguos pueblos terrestres atribuían universalmente a Dios. Ello representaba lo que se denomina un espíritu. Ese espíritu procedente de los indios de América prevalece, en la actualidad, bajo aspectos científicos que revelan una infecciosa influencia mórbida, un estado acusado de vicio, pero de un vicio que abunda en enfermedades porque, pueden reírse todo lo que quieran, lo que se dio en llamar microbios es Dios: ¿saben ustedes con qué hacen sus átomos los rusos y los americanos? Los hacen con los microbios de Dios.
—Usted delira, señor Artaud, usted está loco.
—No deliro, no estoy loco. Afirmo que se
reinventaron los microbios para imponer una nueva idea de dios, encontraron un nuevo recurso para destacar a dios y atraparlo justo en su nocividad microbiana: se trata de clavarlo en el corazón, donde los hombres más lo aman, bajo la forma de la sexualidad enfermiza, en esa siniestra apariencia de crueldad mórbida que reviste cuando, como ahora, se complace en convulsionar y enloquecer a la humanidad. Utiliza el espíritu de pureza de una conciencia que permaneció cándida como la mía para asfixiarla con todas las falsas apariencias que derrama universalmente en los espacios, de esta manera Artaud el momo puede representar el papel de alucinado.
—¿Qué quiere decir, señor Artaud?
—Quiero decir que encontré la forma de terminar de una vez por todas con ese impostor y también que si nadie cree ya en dios todo el mundo cree cada vez más en el hombre. Ahora es preciso castrar al hombre.
—¿Qué? ¿Cómo? Lo mire por donde lo mire, usted está loco, loco de remate.
—Llevándolo por última vez a la mesa de autopsias para rehacerle su anatomía. El hombre está enfermo porque está mal construido. Átenme si quieren, pero tenemos que desnudar al hombre para rasparle ese microbio que lo pica mortalmente dios y con dios sus órganos porque no hay nada más inútil que un órgano. Cuando ustedes le hayan hecho un cuerpo sin órganos lo habrán liberado de todos sus automatismos y lo habrán devuelto a su verdadera libertad. Entonces podrán enseñarle a danzar al revés como en el delirio de los bailes populares y ese revés será su verdadero lugar.
Audio original y subtítulos en español de la obra "Pour en finir avec le judgement de Dieu" (1946) de Antonin Artaud (1896-1948) realizados para la cátedra Lucero de Filosofía y Estética, Universidad Nacional de las Artes, Área Transdepartamental de Artes Multimediales.