Allí,
sobre la costa, baila;
¿por
qué ha de importarle
el rugido
del viento o del agua?
Y
despeina tu pelo
que las
gotas de sal han mojado;
por ser
joven, aún no has conocido
el triunfo
del necio, ni tampoco
perdiste
un amor tan pronto conquistado,
ni viste
al mejor trabajador muerto
con sus
gavillas sin atar.
Entonces,
¿por qué has de temer
al monstruoso
grito del viento?
Responsabilidades, 1914
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