Noche, tantos
poetas llorones han escrito bajo tu cascada, tantos papeles manchados tañen los
bosques de nostalgia y motosierra. Bajo tu tenue luz lamento mi pene y mi vicio
minúsculo: un cuerpo, saliva, textil frutilla, el recuerdo de su lengua
embadurnando de dulzura mis desagües, besando cada testigo del despilfarro, con
ternura, juventud y placentera sonrisa, incrustada, hiriente, perturbadora.
Ahora que ella está en aquel carnaval de vanidades elevando vítores a Lucifer y
yo en esta cama llena de ácaros y hematófagos, recreo su voz pidiéndome que la
llame puta y yo que la nombraba Diosa. “¡Puta,
dime, puta!”. No puedo mentir, no pude, no le he pagado nada, tan sólo mi
vida como obsequio (o lo que quedó de ella luego de la inundación) "¡Moechaputide, redde, redde,
putidamoecha, codicillos!" cantaba Catulo y yo imitándole con mi
lastimera pronunciación del latín frente al cerro Puquín lleno de sarna humana,
úlceras urbanas al alba; los niños durmiendo, y yo pensando en ella, su celular
apagado, mi posesión más amada siendo tocada por otro.
Noche, bajo tu cascada vuelvo a diluir
su valor, a hacerla cosa y posesión, un tesoro más enmascarado por la tierra.
Entre desiertos fémures, selvas coxis y aguas calaveras divido el cuerpo en
territorios y ella es la nación donde planté mi bandera, donde pienso esparcir
mis restos como el rastro inequívoco de que las cosas irán por el curso de la
convención obvia del machismo. Hiervo agua en mis ojos y la derramo sobre el
hielo, su distancia, sus oídos, los recuerdos ácidos de sus venenos y púas.
Sufro porque me creo poseedor de la vida que habita en su cuerpo. Era ese
nuestro juego, a eso nos dedicábamos cuando la cama era un lago congelado donde
patinar. Sin embargo, ella está en Arequipa, en el carnaval de la vanidad,
elevando vítores a Lucifer, su señor lleno de luz y belleza, descalza baila y
la aclaman, la desean, la toman, es una cosa, es un tesoro y no es una cosa, es
una persona pero yo lloro porque no supe jugar, porque me creí cada parte del
guión de la hembra posesa y del hombre poseedor, ella estaba consciente, era su
encanto, su glamour; fue mi ilusión y ahora mi nostalgia más clara y duradera;
el ahmor idiota de los mamíferos.
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