Deténgase un momento,
es verdad, yo vi cuando empezó todo,
el primer disparo,
la primer trompada de la guerra,
Víctor y Charlie merodeando en la selva,
cabezas enramadas para
entrever un árbol donde hay un fusil
la armonía de las balas,
los cuerpos muertos untando la tierra,
la vida entregada en una firma,
un vendaval que raja las mejillas,
última razón de los reyes
la primera de las noches fuera de casa,
infieles, infieles de turbante,
hijos del desierto (al final, espera el desierto)
rumores semejantes a plegarias que no comprendo pero sé que pretenden
degollarme.
¿Qué tipo de pregunta es “si recuerdo”?
¿Qué no ve mi cráneo partido en dos?
Estorba la luz en los ojos,
si los cierro me podré seguir desahogando.
No diré que me arrepiento,
el sol brilla más claro cuando no ciega
y veo mejor hacia dentro,
además no sé hacer otra cosa,
pasarán cientos de años y seguiré haciendo lo mismo.
Alcanzaré a defender la dinastía del horno de ladrillos,
que hace cada pan sea distinto al siguiente
aunque vengan a este mundo al mismo tiempo
y el mismo fuego los haya tostado.
XII
Apocalypse Now; Francis Ford Coppola; 1978 |
XII
De la tierra partida germinó un hombre santo
un tajeador de aguas, un patriarca de la convicción:
un tajeador de aguas, un patriarca de la convicción:
trajo espejismos, pescado y abrigo,
ocho horas para todos, escuela pública y luz eléctrica
valses, zapatos y tabaco.
Liquidó el problema para una de las congregaciones,
pero yo y mis hijas estábamos del otro lado
y quisimos huir,
-pregunto, ¿quién tolera dar la cara a la muerte?-
Entonces vendimos cada trasto que tuviera un poco valor,
conservamos la riqueza de bolsillo,
echamos los libros al fuego para tener calor por las noches,
entregué el nombre de mi padre en la frontera,
lo nombré responsable de la estafa y la visa fue nuestra.
Incendiamos varios amaneceres hasta la costa próxima,
no fue un viaje amable, ni paciente:
el personal a cargo no hablaba nuestro idioma,
nos ubicaban a gritos y golpes de culata;
bebimos agua de lluvia, masticamos salitre de aire,
dormíamos apilados en el útero de hormigón de la nave
sentenciada al naufragio desde que soltó amarras.
Todavía mareados por el sueño revuelto por las olas,
el agua salada nos lavó completos,
pisando la arena no hubo más islas, ni culpa,
ni ropa de extranjeros ahogados, esas medusas gritando que la muerte se quedó con hambre,
y cursamos una carrera,
supimos que son distintos una tensión y un conflicto
y que la diferencia va de cien a dos mil muertos,
aprendimos el valor del jornal
compramos una casa y depositamos a plazo fijo,
alternamos el camino de vuelta con el de ida,
determinamos la distancia al sol
y en cuánto tiempo nos apropiamos de su luz cada día;
olvidamos el ultraje de los años,
de los cientos de fracciones de horas una tras otra
tanto que ni nuestros hijos
ni los hijos de nuestros hijos sabrán jamás de los cuerpos entre las rocas:
los poetas de mi generación escriben sin usar imágenes
o las imágenes son todas la misma.
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