A los diez años tuve entre las manos
una versión de “la metamorfosis”.
Una edición infecta, mal encuadernada
y, supongo, mal traducida,
(a esa edad
la lengua madre es única
siempre clara, sonora, incuestionable).
Todavía guardo el recuerdo de la portada,
y, supongo, la guardaré hasta que el suspiro se
confunda con la tierra,
(a mi edad, la muerte es mera teoría).
Era simplemente una bota, calzada en su pierna
militarizada hasta en sus colores, atada con un
cordón frenético, entrecruzado, sellado y fusilante hasta la canilla.
Un taco pavoroso separaba el apoyo unánime del talón
con la planta del pie,
Quedaban distanciados, inmóviles cada uno en su
confín.
Ese paso era en dos compases,
Fatalmente disociado.
En el instante de la portada aplastaba una aspereza
del camino,
Como una meseta, una forma desconforme con el
terreno,
Condenada al aplanamiento y crujía en silencio.
El fondo, opaco, apenas resaltaba el título del libro
y el nombre del responsable de tal deformidad.
Las palabras llenas de fantasmas
Todas invenciones de zapatos en el aire
De puertas con cerrojo y mares sin lengua.
Un disco de vinilo que llegaba al final
giraba sin otra cosa para decir
que el tiempo de las voces se había terminado,
que se callaron sin miedo aunque a la fuerza.
El libro, abierto, tampoco dice nada.
NADA.
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