I
Señor tasador
mi herencia
actual
una terraza.
(Los
brotes de bambú se alternan
hacia el
cielo,
inundan
el espacio de ocre claro
y un
verde silencioso,
pudieran
deslizarse las aplysias
doradas
por el aire).
Señor
tasador
veinte
tumbas cabrían
en esta
terraza,
con suaves
parámetros y escayolas y lemas.
Dos
sillones de mimbre,
el mío
siempre
inclinado hacia el Nordeste
tapizado
de lona
verde y
blanca,
húmeda hacia
el extremo que pudiera
siguiendo
la costura
llegar hasta
la beta Casiopea,
un extremo
más triste
el de
la aurora.
Una
mesa
y mantel,
dos libros,
cenicero. Señor Muerte
además hay
una rosa
que camina
también por la terraza,
con cetro
y la corona
rutilante.
Y al
único habitante te lo llevas.
XIII
Ya
nacieron, todos
los que
me acompañarán al cementerio.
Ya el
raso de tu mortaja
está guardado
en algún sitio.
Ya sacó
su libreta de chofer
el que
me llevará al cementerio.
Ya los
que pisotearán tus flores
caminan
solos.
Ya
empiezan los ritos de moda
a la
hora de mi muerte.
Ya se
evapora el agua que lloverá
en mi
día.
XV
Llegan
a la terraza
los que
no necesitan acertar en el juego.
Los que
juegan y están lejos
sin jugar,
los que
traen un dado mágico
sin números
pero con
furia arrojan algo en el cubilete.
Llegan
a la terraza
los que
van a morir completamente
-los
que tienen, en cambio un mundo a ganar-
y ese
mundo es de polvo
y hacen
rosas con el polvo
y es
una tierra gris en el envés de la mano,
y es
polvo que cae
sin atracción
hacia una
profundidad que se levanta.
Llegan
a la terraza
y crean
rincones de silencio,
grupos de
soledad,
realidades
que pueden
o no
pueden
ser palabra
o silencio.
Llegan
a la terraza
los que
nunca se movieron
y los
otros,
reunidos
en columnas,
espaciados,
ostentando
que nadie va primero
para hacer
una senda por el aire.
Y las
duras luces de las estrellas
lo observan
todo.
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