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Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una
complicidad.
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Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de
llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando
estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los
metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae
en el corazón.
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Soledad. . .yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos
viven, no amo como ellos aman...moriré como ellos mueren.
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El alcohol desembriaga. Después de beber unos sorbitos de
coñac, ya no pienso en ti.
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Nos acordamos de nuestros sueños, pero no recordamos nuestro
dormir. Tan sólo dos veces penetré en esos fondos, surcados por las corrientes,
en donde nuestros sueños no son más que restos de un naufragio de realidades
sumergidas. El otro día, borracha de felicidad como uno se emborracha de aire
al final de una larga carrera, me eché en la cama a la manera del nadador que
se lanza de espaldas, con los brazos en cruz: caí en un mar azul. Adosada al
abismo como una nadadora que hace el muerto, sostenida por la bolsa de oxígeno
de mis pulmones llenos de aire, emergí de aquel mar griego como una isla recién
nacida. Esta noche, borracha de dolor, me dejo caer en la cama con los gestos
de una ahogada que se abandona: cedo al sueño como a la asfixia. Las corrientes
de recuerdos persisten a través del embrutecimiento nocturno, me arrastran
hacia una especie de lago Asfaltita. No hay manera de hundirse en este agua
saturada de sales, amarga como la secreción de los pájaros. Floto como la momia
en su asfalto, con la aprensión de un despertar que será, todo lo más, un
sobrevivir. El flujo y reflujo del sueño me hacen dar vueltas, a pesar mío, en
esta playa de batista. A cada momento, mis rodillas tropiezan con tu recuerdo.
El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto.
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Podrías hundirte de un solo golpe en la nada, adonde van los
muertos: yo me consolaría si me dejaras tus manos en herencia. Sólo tus manos
subsistirían, separadas de ti, inexplicables como las de los dioses de mármol
convertidos en polvo y cal de su propia tumba. Sobrevivirían a tus actos, a los
miserables cuerpos que han acariciado. Entre las cosas y tú no harían ya de
intermediarios: ellas mismas se transformarían en cosas. Inocentes de nuevo,
pues tú ya no estarías para hacer de ellas tus cómplices, tristes como galgos
sin dueño, desconcertadas como arcángeles a quienes ningún dios da ya órdenes,
tus inútiles manos reposarían sobre las rodillas de las tinieblas. Tus manos
abiertas, incapaces de dar o de recibir ninguna alegría, me habrían dejado caer
como una muñeca rota. Beso, a la altura de la muñeca, esas manos indiferentes
que tu voluntad no aparta ya de las mías; acaricio la arteria azul, la columna
de sangre que, antaño, incesante como el chorro de una fuente, surgía del suelo
de tu corazón. Con sollozos pequeños y satisfechos reposo la cabeza como una
niña entre esas palmas llenas de estrellas, de cruces, de precipicios de lo que
fue mi destino. No tengo miedo de los espectros. Sólo son terribles los vivos,
porque poseen un cuerpo.
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No hay amores estériles. Y es inútil tomar precauciones.
Cuando te dejo llevo dentro de mí el dolor, como una especie de hijo horrible.
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Se llega virgen a todos los acontecimientos de la vida.
Tengo miedo de no saber cómo arreglármelas con mi dolor.
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Un dios que quiere que yo viva te ha ordenado que dejes de
amarme. No soporto bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo
único que yo podía hacer era morir.
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Utilidad del amor. Los voluptuosos se las componen para
realizar sin él la exploración del placer. No se sabe qué hacer con el deleite
durante una serie de experiencias sobre la mezcla y combinación de los cuerpos.
Después, se da uno cuenta de que aún quedan descubrimientos por hacer en tan oscuro
hemisferio: Necesitábamos el amor para que nos enseñara el Dolor.
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Ardiendo con más fuegos... Animal cansado, un látigo de
llamas me azota con fuerza las espaldas. He hallado el verdadero sentido de las
metáforas de los poetas. Me despierto cada noche envuelta en el incendio de mi
propia sangre.
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Nunca he conocido otra cosa que no fuera la adoración o el
desenfreno... ¿Qué estoy diciendo? Nunca he conocido sino la adoración o la
compasión.
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Los cristianos rezan ante la cruz y la besan. Les basta ese
trozo de madera, aun cuando de él no cuelgue ningún Salvador. El respeto debido
a los ajusticiados acaba por ennoblecer el inmundo aparato del suplicio: no
basta con amar a las criaturas; hay que adorar asimismo su miseria, su
envilecimiento, su desdicha.
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Se dice: loco de alegría. También podría decirse: cuerdo de
dolor.
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Poseer es lo mismo que conocer: las Escrituras siempre
tienen razón. El amor es brujo: sabe los secretos; es un zahorí: conoce los
manantiales. La indiferencia es tuerta; el odio es ciego; ambas tropiezan una
al lado de la otra y caen a la fosa del desprecio. La indiferencia ignora; el
amor sabe; deletrea la carne. Hay que gozar de un ser para tener ocasión de
contemplarlo desnudo. Ha sido preciso que yo te ame para llegar a comprender que
la más mediocre o la peor de las personas humanas es digna de inspirar allá
arriba el sacrificio de Dios.
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El amor es un castigo. Somos castigados por no haber podido
quedarnos solos.
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Hay que amar mucho a una persona para arriesgarse a padecer.
Tengo que amarte mucho para ser capaz de padecerte.
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Me es imposible no ver en mi amor una forma refinada del
libertinaje, una estratagema para pasar el tiempo, para prescindir del Tiempo.
El placer efectúa en pleno cielo un aterrizaje forzoso, envuelto en el ruido de
motor loco de los últimos estremecimientos del corazón. La oración se eleva en
vuelo planeado; el alma arrastra al cuerpo en la asunción del amor. Para que
una asunción sea posible hace falta un Dios. Tú posees precisamente la belleza
justa, la ceguera y las exigencias convenientes para ocupar el lugar de un
Todopoderoso. He hecho de ti, a falta de algo mejor, la piedra angular de mi universo
Tus cabellos, tus manos, tu sonrisa recuerdan desde lejos a
alguien que yo adoro. ¿Y a quién? A ti.
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Las dos de la madrugada. Las ratas roen en los cubos de
basura los restos de un día muerto: la ciudad pertenece a los fantasmas, a los
asesinos, a los sonámbulos. ¿Dónde estás tú, en qué cama, en qué sueño? Si
tropezara contigo, pasarías sin verme, pues no somos percibidos por nuestros
sueños. No tengo hambre: no consigo digerir mi vida esta noche. Estoy cansada:
anduve toda la noche para escapar de tu recuerdo. No tengo sueño: ni siquiera
siento apetito de la muerte. Sentada en un banco, embrutecida a pesar mío por
la llegada de la mañana, dejo de recordar que trato de olvidarte. Cierro los
ojos... Los ladrones sólo desean nuestras sortijas; los amantes, la carne; los
predicadores, nuestras almas; los asesinos, la vida. Pueden quitarme la mía:
los desafío a que cambien algo en ella. Echo hacia atrás la cabeza para sentir
por encima de mí el murmullo de las hojas... Estoy en el bosque, en un campo...
Es la hora en que el Tiempo se disfraza de barrendero y Dios tal vez de
trapero. El, el avaro, el testarudo; él, que no consiente ver perderse una
perla entre el montón de conchas de ostras a las puertas de las tabernas. Padre
nuestro que estás en los cielos...¿Veré yo venir alguna vez a un hombre viejo,
con un abrigo pardo, con los pies llenos de barro por haber atravesado Dios
sabe qué río para reunirse conmigo? Se dejaría caer en el banco, apretando en
su puño cerrado un valioso regalo que bastaría para cambiarlo todo. Separaría
los dedos lentamente, uno tras otro, con prudencia, pues el regalo podría
echarse a volar... ¿Qué llevaría en su mano? ¿Un pájaro, una semilla, un
cuchillo, una llave para abrir la lata de conserva del corazón?
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¿Ingenio? ¿En el dolor? Puede ser, pues hay sal en las
lágrimas...
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¿Miedo de nada? Tengo miedo de ti.
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Dejar de ser amada es convertirse en invisible. Tú ya no te
das cuenta de que poseo un cuerpo.
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Entre la muerte y nosotros no hay, en ocasiones, sino la
densidad de un único ser. Una vez desaparecido ese ser, ya no queda más que la
muerte.
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¡Qué insípido hubiera sido ser feliz!
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No me mataré. Se olvidan tan pronto de los muertos...
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No puede construirse una felicidad sino sobre unos cimientos
de desesperación. Creo que voy a poder ponerme a construir.
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Que no se acuse a nadie de mi vida.
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No se trata de un suicidio. Sólo se trata de batir un record.